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viernes, 9 de febrero de 2018

La aventura del tango / Semanario Búsqueda DE VUELTA AL BULÍN Por Antonio Pippo Pedragosa




-¿Por qué aún interesan cosas tan viejas en la vida del tango como el lunfardo?
A cada paso, y tras décadas de debate sobre su origen, desarrollo y sobrevivencia, no se
agotan las sorpresas y curiosidades que, por suerte, acopian nuevos conocimientos.
José Gobello escribió que “llamamos lunfardo a un repertorio que el hablante del Río de
la Plata utiliza en oposición a la lengua común”. Indiscutible, aunque a mí me seduzca
más Eduardo Pérsico: “Toda comarca suele demostrarse con algún perfil particular y
para nosotros, la masa de la clase obrera, los pobres y marginados, resultó ser el
lunfardo un código entre dos para que no se entere un tercero”.
Pero Gobello estableció –los hechos históricos lo han respaldado- que el lunfardo, aun
jerga dialectal, no morirá jamás porque los movimientos culturales de origen popular, y
sobre todo juveniles, se ocuparán de ir sustituyendo vocablos e incorporando otros. Fijó
dos etapas clave: en la década de 1960, coincidente con la decadencia del tango, brotó la
influencia del llamado Club del Clan, que a través de otro tipo de letras produjo uno de
esos grandes cambios; la otra la ha situado en la actualidad, con el revulsivo de la
cumbia villera o los tumberos –presos generalmente muy jóvenes-, en Argentina, o de
los planchas y otras tribus urbanas, en Uruguay.
Han cambiado miles de expresiones lunfardas y han aparecido nuevas en cada una de
esas épocas. ¿Quién usaría hoy, como Carlos de la Púa en Sor Bacana, vocablos como
“esquenuna”, “tortera” o “bulebú”, o como Celedonio Flores en Biaba, “vos sabé’ que
no falta un mishetón/ y yo te manco bien, cara chinonga”?
Es decir: un ámbito interesante de analizar esa gran cantidad de palabras que, si
murieron, resucitaron en otras, así como se mezclaron con nuevos términos de distinto
significado.
Sin embargo, siendo verdad y de interés esto, hay otra cuestión en ese proceso peculiar
del lunfardo que, hasta por las limitaciones que impone este espacio, cae como anillo al
dedo para seguir hablando del asunto a través de una aparente contradicción.
Es que se mantienen expresiones con una impresionante antigüedad encima y todo
indica que no tendrán cambio posible.
¿Un ejemplo? Bulín, que primero fue bolín aunque por poco tiempo.
Hoy la usamos. Sinceridad, lector: nada de “quítame de ahí esas pajas”. Y vea usted, el
propio Gobello ha citado una cuarteta del artículo Los Beduinos Urbanos, de Beningo
Lugones, publicado en 1879, que dice: Estando en el bolín polizando,/ se presentó el
mayorengo:/ a portarlo en cana vengo/ porque su mina lo ha delatado.
Y hoy, ¿cuántas veces en reuniones entre amigos continuamos diciendo, si cuadra la
ocasión, y, claro, admitiéndolo como hábito de gente de mediana edad y mayores, no de
la juventud?: “Me voy, che. Me salió un fato con una mina y la llevo al bulín”.
Y como en toda cosa tan antigua, aún se debate acerca de su origen. Unos dicen que
deriva del francés boulin, agujero hecho en una pared para insertar un travesaño: a veces
la cavidad queda sin rellenar y puede ser utilizado por aves para asentar su nido; otros
afirman que es una voz jergal italiana, de Milán, que significa cama y al principio se
escribía balín. Para la Real Academia bulín tiene no una sino dos acepciones
coloquiales –“departamento reservado para las citas amorosas” y “departamento
modesto de parejas jóvenes que se inician”- y de él derivan el verbo abulinar, el
adjetivo bulinero, el diminutivo bulincito y el apócope bulo. Y son sinónimos de uso ya
prácticamente abandonado cotorro, garconnière y pichonera.
A ver: siendo su origen el lunfardo, difuso pero estrechamente vinculado a la
inmigración europea y con escaso aporte criollo, nació en los suburbios, en los
conventillos y hasta en las cárceles.
Pero pertenece a un habla incorporada con tal fuerza entre nosotros, que se despegó
hace tiempo del ámbito marginal e ingresó a la interlocución común.
Dijo Roberto Arlt en 1940 polemizando al respecto: -Es absurdo enchalecar en una
gramática canónica las ideas cambiantes de los pueblos. Entonces esa gramática la
tendrían que haber respetado nuestros tatarabuelos y, en progresión, concluiríamos que,
de hacerlo, nosotros, hombres de hoy, de la radio y la ametralladora, hablaríamos el
idioma de las cavernas.
Por algo este vocablo que ha sobrevivido, pese a todos los vientos de cambio, más de
doscientos años, todavía nos brota con naturalidad:
-Me dijo que llegaba a las nueve. Así que… de vuelta al bulín.

Autoconvocados y Política (I) Por Rodrigo Tisnés




Con el surgimiento del movimiento de los autoconvocados, asistimos en Uruguay a una nueva muestra de un fenómeno que, en lo particular, me resulta preocupante.
Lo preocupante no es el movimiento. Aunque parezca de Perogrullo, vale aclararlo, especialmente en esta época de redes sociales y 140 caracteres, en que como especie parecemos haber perdido cierta capacidad de abstracción de las ideas complejas. La protesta social, el reclamo, el “derecho al pataleo”, es uno de los principios básicos de la democracia, y uno de los puntos de diferenciación con las dictaduras. Se podrá estar individualmente de acuerdo, acordar en parte, o estar en total desacuerdo… pero la protesta social siempre es legítima.
Lo que me resulta preocupante es la declaración-aclaración de que la manifestación y movilización “no es política”.
Tal vez el equivocado sea yo, pero tengo entendido que los miles de personas que se juntaron a fines de enero en Durazno a las cuatro de la tarde, en un día de bastante calor… no eran un grupo de adoradores del Sol, ni de danzas folklóricas, ni de amigos que se juntaron a compartir un asado.
Por el contrario, era un grupo, bastante heterogéneo de productores rurales (y tal vez algunos comerciantes) con intereses y perfiles diversos, que se encontró en el centro del país, para reclamar al actual gobierno una suerte de plataforma elaborada en función de una serie de reclamos que tienen en relación a dificultades por las que atraviesa su sector en este momento. Incluso, esa plataforma va más allá y reclama, en forma genérica, que se baje el “costo del Estado”.
Y si se trata de un grupo de personas que cruzó medio país para acompañar y apoyar un movimiento que le reclama al Estado y al gobierno ciertas medidas concretas… francamente, no veo como tiene forma de no ser política.
Volviendo a la pérdida, o supuesta pérdida, de capacidad de pensamiento abstracto que comentaba anteriormente: afortunadamente, me siento capaz de distinguir, conceptualmente, las categorías “político” y “político-partidario. Nadie me lo ha dicho expresamente, pero intuyo que cuando el movimiento de los autoconvocados dice que no es “político”, en realidad están diciendo que no son un movimiento “político-partidario”. Suena parecido, pero no es lo mismo.
Esta confusión conceptual no es nueva. De hecho, una parte de la culpa es de los propios partidos políticos, que de alguna forma, tienen una tendencia a monopolizar la actividad política en cada Estado democrático. La propia lógica del funcionamiento de la democracia representativa los lleva a esto, desde el momento en que la elección de representantes políticos al Parlamento y a ciertos cargos ejecutivos se hace mediante el voto a candidatos que se presentan y postulan por medio de un partido político.
Sin embargo, esta tendencia no es absoluta. Con el surgimiento de la democracia de masas (es bueno recordar que hasta entrado el siglo XX, en casi todo el mundo la mayor parte de la población estaba excluida del ejercicio de la ciudadanía política), lleva a lo que en día en Ciencia Política se define como “poliarquías”, esto es, democracias pluralistas, con diversidad de partidos políticos y de actores con intereses políticos, que intervienen en la arena política, no a través de la competencia electoral, sino de su capacidad –diversa- de generar influencia, de movilizar personas y recursos. En suma: de incidir en la agenda POLÍTICA. Tenemos en este grupo de instituciones y organizaciones a: sindicatos, cámaras empresariales, multinacionales, iglesias (de todo tipo de credo), ONG’s (de jubilados, ambientales, de género, de consumidores, de celíacos, etc), universidades, asociaciones barriales y grupos de vecinos.
Robert Dahl, el principal teórico del concepto de poliarquía, expresaba que para que un sistema político democrático funcione correctamente, no sólo deben realizarse elecciones libres, periódicas y competitivas; sino que también, por fuera de esta lógica electoral, los ciudadanos deben poder formular y expresar sus preferencias, ya sea mediante la acción individual o colectiva.
En ese sentido, más afinado y preciso de lo que son las democracias modernas, el movimiento de autoconvocados entra de lleno en la misma, por tanto: ¡bienvenidos a la política!








La verdad de lo ocurrido




 El impacto generado en la opinión pública por el hecho de que Rentas Generales debió destinar 550 millones de dólares para subvencionar a la caja militar, generó que en las “redes” y otros ámbitos se desatara una campaña de mentiras sobre las leyes reparatorias que se aprobaron por parte de diferentes gobiernos luego del regreso a la democracia. Hablan de pensiones para los exiliados absolutamente falsas y descomunales. De los 550 millones de dólares que se destinan a la Caja Militar, el doble de los que se gasta en políticas sociales, 100 millones se destinan, además, mayoritariamente, a cubrir las jubilaciones de 1.500 oficiales de la dictadura militar. Son jubilaciones con beneficios enmarcados en una ley que fuera aprobada en 1974 en pleno "proceso" dictatorial. Lo primero a señalar es que las diferentes leyes reparatorias para las víctimas del terrorismo de Estado fueron aprobadas por los gobiernos del Dr. Julio María Sanguinetti, por el Dr. Jorge Batlle y por el Dr. Tabaré Vázquez durante su primer mandato. Las más avanzadas, sin lugar a dudas, durante 2006 y 2009. Durante la presidencia del Dr. Luis Alberto Lacalle Herrera no se aprobóninguna ley de ese tipo. Durante el mandato de José Mujica se desarchivaron las causas que diferentes gobiernos habían amparado a la Ley de Caducidad y se aprobó la Ley 18 831 que restableció plenamente la pretensión punitiva del Estado para las graves violaciones a los DDHH. Pero no se aprobó ninguna ley de reparación. Auténticas leyes de resarcimiento Quienes estuvieron del lado de la dictadura o no sufrieron en carne propia y directa los estragos del terrorismo cívico militar, minimizan el dolor, el sufrimiento, las secuelas y hablan de beneficios inmerecidos, incluso de prebendas, al referirse a las leyes reparatorias. Los despidos arbitrarios, por razones gremiales, sindicales, culturales y políticas, la necesidad de vivir en la clandestinidad o de emigrar para preservar la libertad, la seguridad, para sobrevivir y salvar la vida, al igual que la prisión, asociada en Uruguay a la tortura y a las condiciones inhumanas de reclusión, en muchos casos por períodos prolongados de tiempo, la “libertad vigilada” con la obligación de presentarse semanalmente a firmar en las dependencias militares y policiales, generaron sufrimiento, físico, moral y psicológico, con secuelas profundas a corto, mediano y largo plazo a quienes lo padecieron. Además, destruyeron totalmente los proyectos de vida. En el caso de quienes estuvieron recluidos, se ha comprobado, tienen una mayor tasa de morbimortalidad que el resto de los ciudadanos y una menor expectativa de vida que el resto de los ciudadanos. Las leyes aprobadas son leyes de resarcimiento por los daños ocasionados por el Estado, por sus agentes y sus funcionarios a los ciudadanos. No son medidas gubernamentales de recompensa, por haber luchado, por haber combatido. Son resarcimiento por el daño ocasionado, de acuerdo a las normas internacionales de DDHH que Uruguay suscribió y que forman parte de nuestro sistema legal. Una nueva ley de reparación es apremiante Las leyes aprobadas fueron un gran avance, muy especialmente aquellos que se aprobaron en la primera presidencia del Dr. Tabaré Vázquez, en el camino de demostrar de manera efectiva, por parte de las autoridades, la solidaridad con los luchadores sociales y políticos. La vida ha demostrado que ellas presentaron grandes carencias, insuficiencias y omisiones. Al asumir su segundo mandato, el Presidente de la República creó el Grupo de Trabajo por Verdad y Justicia (GTVJ) con el cometido, entre otros, de evaluar las leyes reparatorias aprobadas hasta el momento y formularlerecomendaciones. En abril del año pasado, el Grupo de Trabajo por Verdad y Justicia (GTVJ) que coordina el Dr. Felipe Michelini presentó al Presidente de la República un informe sugiriendo el envío de un nuevo proyecto de ley de reparación. En la actualidad, dicho informe está a estudio de todos los ministros para ser discutido próximamente por el Consejo de Ministros. Todos los ministros deberían manifestar su apoyo a las recomendaciones formuladas y sugerir que se las implemente. Es de estricta justicia. Es parte de los compromisos con la realidad y la superación del pasado reciente. A 33 años de retorno a la institucionalidad democrática, ya es hora. Hace ya más de cinco años que la Institución Nacional de DDHH recomendó al Poder Ejecutivo modificar las leyes reparatorias para incluir a todas las víctimas, sin exclusiones, sin discriminaciones y sin obligarlas a renunciar a otros legítimos derechos como las jubilaciones y pensiones como ocurre en la actualidad. Los beneficiarios de la ley sufren, además, desde abril del año 2007, los nefastos perjuicios del Decreto 106/2007, impulsado por el Ministerio de Trabajo y Seguridad Social (MTSS) de la época. Además, se sigue negando el derecho a la libre opción en salud, en el marco del Sistema Nacional integrado de Salud (SNIS) por la vigencia del Decreto 297/2010. El proyecto de ley de Crysol: una auténtica alternativa Para avanzar, Crysol ya presentó al Presidente de la República un proyecto de ley al respecto hace ya dos años, con la responsabilidad con que siempre ha actuado para contribuir y colaborar con la labor gubernamental. La propuesta presentada simplemente reformula las leyes ya aprobadas y vigentes pero recogiendo las recomendaciones realizadas por la INDDHH y el Relator Especial de la ONU Pablo de Greiff. El grueso del trabajo ya está realizado. Es hora de concretar. En este 2018 debería ser una prioridad del Poder Ejecutivo y del partido de gobierno, hacer justicia con este grupo social de edad avanzada. Los derechos de miles de víctimas del terrorismo de Estado siguen sin implementarse a cabalidad en la vida. Las normas de DDHH son una conquista de los trabajadores, de los pueblos, de la humanidad. Apuntan a democratizar las democracias, a dignificarlas y humanizarlas. Hay que implementarlas para seguir avanzando.

 CRYSOL
 ------ Opinando N° 2 – Año 7 – Viernes 9 de febrero de 2018

miércoles, 7 de febrero de 2018

Baile en la quinta. Cuento de Antonio Pippo





http://www.delicatessen.uy

La quinta de Sambarino -ahora expropiada por la municipalidad- estaba a cinco cuadras de la plaza principal, bajando hacia el oeste por la avenida Artigas. Había sido residencia de una familia adinerada, a principios de siglo. Convertida en lugar social para reuniones y bailes, conservaba cierto aire señorial y decadente, mezcla que terminó siendo apropiada a la concurrencia que se hizo habitual. Todos los sábados por la noche, con el cuarteto del Chiche Meneguzzi o alguna orquesta invitada, daba una suerte de vida luminosa al pueblo, aunque sólo fuese un día a la semana.

No era un restorán típico, aunque, con pretensiones limitadas, se podía cenar. No era un bar ni una confitería, estrictamente, aunque se podía beber sin reserva ni reclamos de calidad exagerados. Tampoco tenía el aspecto de esos sitios casi circulares, con pista de baile al medio y las mesas distribuidas alrededor pero alejadas. Su entrada era una sola y grande -portón de hierro artesanal, asentado en dos pilares que, arriba, se continuaban en un semicírculo metálico- y por ella se llegaba a un pequeño parque lleno de helechos, flores de pajarito, madreselvas olorosas y un sauce llorón; allí, disimulados entre tanto verde, románticos bancos de madera, acompañados por mesitas redondas de lata con patas reforzadas, aguardaban el murmullo enamorado de las parejas, acariciándose al compás de una música lejana, aunque a veces estridente por la mala calidad de los parlantes y que, de todos modos, llegaba distorsionada por la distancia. Más allá de ese parque, el espacio se estrechaba en una doble hilera de glorietas iluminadas por faroles amarillentos. Y recién después, casi llegando al final de la quinta, se alzaban las únicas tres edificaciones: dos amplios salones para bailar, con sus respectivos baños al fondo, a la derecha, comunicados por una arcada enorme, y otra construcción lateral, más pequeña, donde residían las oficinas, la cocina y el depósito de bebidas. El escenario para los músicos y cantantes -de madera y desarmable- se ubicaba al fondo de uno de los salones, contra un cuadro grande y deteriorado por el tiempo, supuestamente de algún Sambarino destacado, cosa que no se supo nunca porque nadie preguntó. Cuando se llegaba ahí, no era la curiosidad pictórica lo que dominaba el ambiente. A los costados también se arracimaban mesitas y sillas de madera, casi pegadas a las paredes para dejar espacio de los bailarines.

La cuestión es que la quinta de Sambarino se hizo famosa por dos o tres anécdotas cuasi surrealistas.


Allí se desafiaron una madrugada, totalmente borrachos, Ramón Mendoza y el Pata Pérez, a ver quién bailaba mejor la milonga y el vals cruzados. El espectáculo fue apasionante, conmovedor. Con la milonga repartieron honores y el aplauso de los presentes, en una poco menos que deslumbrante exhibición de elegancia y equilibrio, quizás más vibrante de lo necesario por el avanzado estado etílico de ambos. Las compañeras de ocasión, hay que decirlo, siguieron obedientes y atinadas a sus hombres, correteando la pista bien prendidas arriba pero parando el culo para apartar las piernas, de modo de evitar que sus juanetes fueran aplastados sin misericordia.

O sea que, de alguna manera, la peripecia discurría sin inconvenientes. Pero cuando la orquesta arrancó con el primer vals -"Palomita blanca"-, algo falló en el complejo mecanismo mental del Pata y el desajuste se trasladó aceleradamente a sus piernas, cortas y flacas, que iniciaron algo similar a un largo tropiezo unidireccional, en puntas de pie, arrastrando consigo a la sufrida pareja hasta dar ambos contra una de las mesas, que también se fue al suelo con sus ocupantes, sus platos, cubiertos y vasos, al ritmo de un inesperado y colosal estrépito. Lo curioso de la anécdota es que los dos contendientes debieron ser trasladados al hospital: Pérez con fractura de dos costillas y traumatismo de cráneo; y Mendoza con pase al gastroenterólogo, porque, de tanto reírse, no paraba de vomitar. La dama acompañante no sufrió mayores males porque, con esa habilidad que da la experiencia, se las ingenió para rebotar en el suelo sobre sus pulposas asentaderas.

Pero en la quinta se vivió también un inolvidable drama de amor.

Un sábado de otoño, con el quinteto de Walter Mendeguía animando el baile, apareció en la pista don Enrique Navarro. Hombre morocho y grandote, de bigote espeso y ojos de mirar penetrante, monteador de oficio, había hecho respetable fama como tallador y experto en hembras. Llegó del brazo de una mujer platinada, retacona y de caderas altas, a la que -después se supo, porque en el pueblo todo se sabe- había sacado de un conventillo de la capital. A Navarro la arrogancia le sentaba bien y, para desgracia ajena, la cultivaba con fruición, aunque tenía también sus flaquezas, sobre todo cuando se emocionaba con algún tango. Esa noche salió a bailar de entrada, sin prestar atención a la concurrencia ni a los murmullos. Se engolosinó con "El choclo" y "Derecho viejo", tocados a pedido, y siguió con "La cumparsita", "9 de julio" y "Cuartito azul", que le empañó los ojos pese a que -¡macho, el tipo!- contuvo el lagrimón.

El lío arrancó cuando iniciaban los compases de "La puñalada"; una ráfaga oscura cruzó la pista, llegó hasta la pareja, apartó a la rubia y dijo, desafiante:
-¡Este hombre es mío!-.

Era María Comas, más conocida por "La Negra", veterana del quilombo de La Mellada y hasta entonces conocida como "la mujer de Navarro". Decían que era una relación libre pero sólida y de cuya interrupción nadie se había enterado. El diálogo que siguió, a pura emoción tanguera, ha quedado registrado para la posteridad en una crónica que imprimió en el diario local el historiador Daniel Ramela, siempre sigiloso, siempre atento.

-Estoy pagando con castigo al recordarte, mi sangre grita que me quieras otra vez... -reclamó La Negra, arrancando su ofensiva reconquistadora en letra de tango, sabiendo el terreno que pisaba.
-Pero una noche que pa'l laburo, el taura manso se había ausentao, prendida de otros amores perros, la mina aquella se le había alzao... -le recordó Navarro, ya mismo entusiasmado por tan imprevisto contrapunto.

-Sé que aquel que pasa deja huellas y comprendo que aún te duelan los recuerdos de mi error... -confesó ella, cambiando la estrategia.

-Paciencia, la vida es así... quisimos juntarnos por puro egoísmo y el mismo egoísmo nos muestra distintos... ¡para qué fingir! -apuró él, pero suavizando el tono.

-Son mis sentidos que te gritan que regreses, es mi tormento el que aflora con tu voz... Es llamarada el quererte y no tenerte, saber que late para tí mi corazón... -La Negra vio un resquicio y pegó en el anca.
-He rodao más que bolita de purrete arrabalero, y estoy fulero y cachuzo por los golpes ¿qué querés? -dijo él, ya casi derretido en una retirada.

-¿Por qué es que no me besas? No tengo adonde ir y allá en la pieza me esperan los demonios del rencor... -fue el golpe definitivo de ella.


-El hombre es como el caballo. Cuando ha llegado a la meta se vuelve manso y sobón... -se entregó Navarro, ya sin retorno posible.

Ahí, pero justo ahí, el bandoneonista de Mendeguía, que había seguido el diálogo acompañándolo con unos suaves acordes, sintió que había llegado su momento histórico y le encajó a la concurrencia un ¡chan, chan!, enérgico y final. Y mientras Navarro y La Negra se abrazaban ardorosamente, besándose con desesperación, el honorable público, que había seguido los acontecimientos, tan inusuales, con profundo respeto, prorrumpió en un enfervorizado aplauso general. No era para menos. ¿Cuándo podría verse otra vez semejante reconciliación en ritmo de dos por cuatro? Ah... la retacona platinada, lejos de amedrentarse por el curso que tomaban los acontecimientos, aprovechó muy bien el momento. Cuando el monteador hirsuto se dio vuelta a buscarla, para disculparse por tamaña traición, advirtió que ya estaba ocupada: parecía una garrapata, a un costado oscurecido del escenario, prendida al primer violinista de la orquesta.

Hubo otras historias, claro. Es probable que la más recordada a lo largo de años y años haya sido la del baile animado por el "cantor enmascarado".

Todo comenzó aquella semana en que Luisito Bermúdez, administrador del lugar, se empeñó en organizar un gran baile para el sábado 25 de agosto de... Bueno, vaya a recordar uno, a esta altura, de qué año. No aparecía ni en el pueblo ni en localidades vecinas orquesta para contratar. Meneguzzi y Mendeguía se habían comprometido con La Mellada, que había prometido "tirar el quilombo por la ventana".

Y Bermúdez, terco e ingenioso, tuvo aquella bendita idea, que él consideró brillante.

Eran tiempos en que la credulidad popular alcanzaba hasta a admitir extrañas versiones sobre un Gardel que en realidad vivía, horriblemente desfigurado y con la voz cambiada. La historia aseguraba que había sido rescatado del avión en llamas en Medellín, pero jamás aceptó que el público lo viese tal como había quedado. Y justo entonces había llegado a Uruguay, y por supuesto al pueblo, un cantor que se presentaba vestido siempre con ropas oscuras y provisto de una máscara que ocultaba su cara. Y, sí, anidaban dudas en las almas simples, pero a través de un astuto representante siempre conseguía actuaciones que, por lo general, dejaban un desagradable sabor a poco.

Bermúdez vio la veta y anunció que lo contrataría para el baile en la quinta el 25 de agosto. Hasta usó a la agencia de publicidad "Impulso" -que utilizaba una bicicleta con parlante que recorría las calles- y decidió pagarle al "cantor enmascarado" lo que pidiese. ¿El acompañamiento? Apalabró enseguida al Zurdo Santurio y al Pelado Tabárez, dos guitarristas zafrales, vecinos y deudores suyos.

El administrador se tomó un par de días para dar los toques finales al espectáculo. Reapareció el día antes, confirmando el programa: una primera parte con la discoteca de la quinta y después, de cierre, el número principal. Ciertamente, surgieron escépticos. No era tan sencillo digerir sin más que aquel individuo podía ser "Gardel redivivo". Sin embargo pudo más la expectativa por lo desconocido que cualquier análisis racional.

Lo de Sambarino rebosó de ingenuos. Pasó una primera hora con la discoteca, bien balanceada: tango, un poco de jazz y boleros para calentar el ambiente. No obstante, se bailó poco: todos querían ver al enmascarado, quien llegó con una excepcional puntualidad y en medio de estremecedores aplausos, grititos femeninos y pedidos de autógrafos. Bermúdez había hecho poner un telón y cerrar los cortinados cercanos al escenario "para mejorar la acústica", según explicó sin impedir que algunos sospecharan una maniobra que no alcanzaron a entender.

Al fin, apareció el hombre más esperado en el pueblo desde una breve pasada de Herrera por la plaza principal. Acompañado por Santurio y Tabárez, se le vio completamente vestido de gris y con una máscara negra tapándole el rostro, con aberturas para los ojos, la nariz y la boca. No hubo presentaciones; se hicieron oír las notas de "Estampa tanguera", de Yiso y Aieta. Y el enmascarado arrancó, con una rara voz silbante: -"Temblaron las glicinas, los músicos callaron/ y aquel baile de patio de pronto enmudeció/ y una mujer vencida, llegando hasta su hombre/ con voz entrecortada de esta manera habló...".

Al terminar esa primera estrofa, al Facha García, periodista y carnavalero, que tal vez había ingerido unas copas de más, le ganó un desasosiego creciente. Y cuando el artista contratado atravesaba el segundo verso -"...no vengo a reprocharte tu ausencia de mi nido,/ ni a suplicar cariño, lo nuestro terminó..."- no pudo más y gritó, desaforado:

-¡Pero éste coso es el Rengo González!

-¿Quién? -preguntó a su lado Enrique Navarro.

-¡El rengo, el que canta en el conjunto "Los hijos de la tarantela"¡

A todo esto, el enmascarado intentaba continuar: -"...yo vine por tu hijo, por si llegás a tiempo,/ el pibe se nos marcha camino del Señor...".

-¡Pero sacate esa máscara, rengo ridículo! -al Facha ya no lo paraba nadie. -¡Esto es una estafa!

Durante unos segundos -y mientras Bermúdez intentaba atravesar la pista para llegar al escenario y calmar los ánimos, y el cantor quería todavía hacer lo suyo: -"el pibe, nuestro hijo se nos muere,/ vos sabés cuánto te quiere y llorando me pidió..."-, pareció que una moderación quizás enviada desde el cielo salvaría el trance. Es que muchos, aún, no entendían que ocurría. Pero no. Antes que el administrador pudiese alcanzar al irascible Facha, éste aulló, sin benevolencia: -¡Rengo atorrante! ¡Mejor andá a cuidar a tu mujer, que debe estar bajándose los calzones y gastándote el cotín!

En ese instante, el protagonista del espectáculo, que estaba diciendo "tengo frío en las manos y en el pecho mucha tos...", se sacó de un tirón la máscara, bajó fatigosamente del escenario y renqueando, a tranco corto, se metió entre la multitud chillando cual marrano de segunda:

-¿Qué tenés que decir vos de mi mujer, hijo de mil putas?

Era el Rengo González. Quedó patente.

Ah, qué noche. El entrevero fue enorme y ruidoso y dejó un saldo de numerosos contusos. Vino la policía. Bermúdez debió presentarse en la comisaría, donde arregló con unos cuantos pesos. El Facha pasó a la clandestinidad por un tiempo y recién apareció en los carnavales siguientes. El rengo no pudo cobrar el cachet convenido y se mudó a la casa de un cuñado en Mal Abrigo. Los amables guitarristas rajaron como lagartijas, protegiendo sus instrumentos y, a medida que han ido pasando los años, siempre recuerdan que no cobraron.

Y por tres largos años -decisión municipal- no hubo bailes en la quinta de Sambarino.


Antonio Pippo, nació en Buenos Aires, pero no dudamos que se considera oriundo de San José de Mayo, pese a vivir desde hace varias décadas en Montevideo. Es periodista, escritor, investigador del lenguaje del tango, narrador oral en lunfardo. Trabajó en televisión, prensa y radio. Es columnista de los semanarios Búsqueda y Voces. Es autor de, entre otros libros, El quilombo y otros cuentos de otoño, Obdulio con alma y vida o Jazmín de noviembre. Es autor y recitador en los espectáculos poético-musicales Bien polenta y Tango íntimo. Este cuento, reescrito de forma parcial, especialmente para Delicatessen.uy, fue inicialmente publicado por el autor en el libro El quilombo y otros cuentos de otoño.

Jaime Clara.



Ilustración: Hermenegildo Sábat


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